Querido julio:
El año pasado te escribí una carta.
Hace unos días me di cuenta de que estás llegando nuevamente a tu fin y pensé en volver a hacerlo.
Nunca me respondiste.
No te preocupes, sé que no existís sólo para mí. Igual decidí volver a escribirte como si fuera la primera vez.
Mi vida es distinta este año. En algunos aspectos, incluso mejor, pero no niego que extraño partes que ya no están. Ya no fuiste sinónimo de vacaciones, tardes largas, letras y recuerdos. Ya no me tentaste con soles de invierno en el balcón, viajes de fin de semana y promesas de días aún más fríos. Ya no fuiste amarillo, dulce amarillo, como el color de los sueños al amanecer.
No te reconocí. Me duele decirlo.
¿Adónde fuiste?
¿Será esto eso que llaman crecer?
Entendí que a partir de ahora todo va a ser distinto. Y me alegré en el fondo, porque nada más estimulante que pensar en la vida que queda por delante. Un largo, largo camino.
Y aunque no quiera, nos volveremos a encontrar una y otra vez, porque los ciclos son parte de ese camino que no sigue ninguna trayectoria que se pueda predecir. Me enseñaste que, incluso a los que nos gusta tener todo planeado, vamos a tener que aprender a adaptarnos.
Ahora sé que cambiaste.
Mentira, la que cambió fui yo. Es parte de ese camino.
Pero sigo escribiendo cartas.
Mi vida es distinta este año. Esta vez viniste con oportunidades. Algunas no pude verlas, no estaba preparada todavía para poder reconocerlas.
Otras significaron conocer seres que entendí que ya conocía hace mucho tiempo.
Otras significaron desafíos que me va a llevar largo tiempo enfrentar. Seguro, cuándo nos volvamos a encontrar, aún no lo haya hecho. Me demostraste una vez más que mi mayor desafío soy yo misma.
Gracias, querido julio.
Ahora sé que cambiamos. Los dos.
Hasta que nos volvamos a encontrar,